lunes, 11 de marzo de 2024

“En la CDMX también hay fosas clandestinas”: búsqueda de desaparecidos lleva a predio con restos humanos en Ajusco

A pesar de la reticencia de las autoridades a aceptar que en la CDMX hay fosas clandestinas, colectivos descubren predio con restos en la alcaldía Tlalpan, donde hace años ya se habían hallado cadáveres.

Para llegar hasta las cintas de plástico amarillas que prohíben el paso y marcan la anatomía de una fosa clandestina –una tumba escondida bajo una montaña de basura y escombros–, hay que atravesar primero un predio baldío que está localizado a unos pocos metros de una solitaria carretera, y en el que aún se mantienen en pie los restos de un caserón en ruinas. 

A través de un sendero de tierra rodeado de matorrales y por dos camionetas abandonadas, una veintena de personas marchan a las diez de la mañana del viernes 1 de marzo con picos y palas en los hombros, y con varillas de hierro entre las manos. Algunas de las personas del grupo, sobre todo las mujeres, visten playeras blancas con la foto estampada en el pecho de sus hijos, hijas, o de algún ser querido, junto al emblema: ‘Desaparecido’.

El predio, donde años atrás ya se encontraron tres cadáveres y donde ahora, en marzo de este 2024, se hallaron otros restos humanos que se están analizando para determinar si corresponden a una sola persona o a varias, no es un narcorrancho de Veracruz, ni de Tamaulipas, ni tampoco es un cementerio clandestino del crimen organizado en Guanajuato, Chihuahua, Sonora, o Michoacán.

Es una fosa clandestina en el corazón del país. 

Una tumba clandestina que, a pesar de la reticencia de las autoridades a aceptar que este fenómeno también alcanzó a territorio capitalino, fue descubierta en el Ajusco, en la alcaldía Tlalpan; a unos 30 kilómetros de Palacio Nacional donde despacha el presidente y las principales autoridades de seguridad del país.

–En la Ciudad de México también hay desaparecidos y también hay fosas clandestinas –asegura tajante Esteban Gallardo. 

Esteban es hermano de Pamela Gallardo Volante, una joven de 23 años que desapareció el 5 de noviembre de 2017 en esta misma zona donde se extiende el predio conocido como ‘Cuatro Vientos’. La última pista de Pamela conduce exactamente hasta el kilómetro 13.5 de la carretera Picacho-Ajusco, en la alcaldía Tlalpan; un punto remoto que los fines de semana recibe a jóvenes que vienen a los negocios de ‘gotcha’, a las ‘chelerías’ a ras de carretera, y a los conciertos y raves de música electrónica que se organizan aprovechando lo solitario de la zona. 

Pamela vino a uno de esos conciertos. La noche del 5 de noviembre, narra su hermano, salió de su casa en la alcaldía Gustavo A. Madero a eso de las ocho de la noche. Su novio la recogió y se fueron primero al local de un amigo a tomar algo. Ahí se encontraron con otros tres amigos. Pidieron un Uber y llegaron al festival ‘Soul Fest’ entre las dos y las tres de la madrugada del domingo. Entre las siete y las ocho ya de la mañana, Pamela y su novio aún seguían en el evento, pues una amiga de la joven publicó una foto de ella en Instagram. 

Después del post en redes sociales, el novio de Pamela le contó a su familia que discutieron y que la fue a dejar a la fila de los camiones que puso la organización del concierto para regresar a la gente a varios puntos de la ciudad. 

A partir de este punto, la pista de la joven, que ahora tiene 29 años, se pierde. Y hasta hoy su familia sigue sin resultados por parte de las autoridades de investigación, a las que han acusado en reiteradas ocasiones de estar “simulando” y de obstaculizar la búsqueda, motivo por el que el pasado noviembre de 2023 presentaron una denuncia contra los titulares de la Fiscalía de Personas Desaparecidas y de la Comisión de Búsqueda de la CDMX.

–Han sido seis años muy duros, en los que nos cambió la vida por completo. Pero seis años, también, en los que nos hemos dado cuenta de que Pamela no es ni mucho menos el único caso de desaparición en la Ciudad de México –refiere Esteban, que viste una sudadera roja con gorro para cubrirse del fuerte sol que cae recio sobre el Ajusco. En las manos lleva unos guantes toscos de color amarillo de los que se utilizan para la construcción.

Tan solo en el colectivo ‘Hasta encontrarles’, que fundó María del Carmen Volante, la madre de Pamela, Esteban explica que en muy poco tiempo se triplicó el número de familias que acudieron con ellos: de 7 se pasó a 25 familias en la actualidad. 

–Estamos ante un problema que no se está atendiendo en la Ciudad de México, a pesar de que, como estamos viendo, es una situación que se ha fomentado mucho en los últimos años –lamenta Esteban, a quien las cifras oficiales le dan la razón.

De acuerdo con datos del Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas de la Secretaría de Gobernación, entre 2019, que es cuando inicia los gobiernos de López Obrador y de Claudia Sheinbaum en la capital, y cuando entra en vigencia la Comisión de Búsqueda de la ciudad, hasta el 5 de marzo de este 2024 se contabilizaron 5 mil 333 personas de entre 1 y 80 años que a la fecha continúan desaparecidas en la Ciudad de México, más 0tras 219 personas que ya fueron halladas muertas. 

Asimismo, las cifras reflejan un aumento progresivo en los datos de personas que siguen desaparecidas: en 2019, se registraron 743 casos activos; de ahí bajó ligeramente a 688 en 2020 (un 8% a la baja); y en 2021 bajó todavía un poco más, a 626 casos (un 19% menos que dos años atrás). Sin embargo, en 2022 la cifra escaló considerablemente a 1 mil 291 desaparecidos vigentes, un 106% más que el año previo; mientras que para 2023 la cifra fue de 1 mil 679 desaparecidos en la ciudad, un aumento de 168% en comparación con sólo dos años atrás, en 2021. 

De hecho, tan solo entre enero y el 5 de marzo de este 2024, apenas dos meses y unos días, ya se llevan contabilizadas 306 casos de personas desaparecidas vigentes en la ciudad, prácticamente la mitad de lo que se registró en todo 2021.

Y otro dato importante: a la par del aumento de las desapariciones en general, también se han disparado los casos de niños, niñas y jóvenes desaparecidos de entre 1 y 29 años en la ciudad. Según la estadística oficial, en 2021 se contabilizaron 299 casos activos y un año después subió a 701, hasta un 134% al alza. Mientras que en 2023 sumaron 930 desapariciones de jóvenes, un 211% más que en 2021.

Este último dato también implica un fenómeno inquietante: en la Ciudad de México, algo más de la mitad (55%) de todas las personas que siguen desaparecidas, son niños, niñas, adolescentes y jóvenes menores de 29 años.  

Ante estas estadísticas, Esteban señala que las brigadas ciudadanas que están realizando búsquedas en la ciudad, además de tener el objetivo de encontrar a ‘Pam’, como la llama cariñosamente, también tienen por finalidad visibilizar el problema de las desapariciones y de las fosas que las autoridades han negado categóricamente que existan en la capital, como cuando en marzo de 2019, al poco de iniciar la nueva administración, la entonces procuradora Ernestina Godoy argumentó que la Fiscalía no entregó información por transparencia del número de fosas localizadas hasta 2018 porque, dijo, éste es un fenómeno que no existe en la ciudad. De hecho, en el portal del Registro de Personas Desaparecidas y No Localizadas de la Segob, todavía se asegura que al menos hasta abril del año pasado no se había detectado una sola fosa clandestina en la capital.

–Las búsquedas que estamos haciendo aquí, en el Ajusco, son para descartar o para confirmar si, además de los elementos óseos que ya encontramos hace una semana, hay más restos o no. 

–Pero también las hacemos para que se visualice que en la Ciudad de México sí existen las fosas clandestinas –recalca Esteban, que hunde ambas manos en un montículo de piedras, escombros y basura, para comenzar a excavar la tierra en busca de respuestas.

“Hagan ustedes la búsqueda”

Es mediodía y el silencio es casi total en el predio ‘Cuatro Caminos’. Tan solo se escucha el murmullo muy lejano de unos coches transitando por la carretera que está a unos metros, y el martilleo de los picos y las palas trabajando en los montículos de basura y escombros. 

Esos montículos, explica David Peña, abogado del Grupo de Acción por los Derechos Humanos y la Justicia Social, y representante de la familia de Pamela Gallardo, fueron los que llamaron la atención para realizar la búsqueda, aunado a que en este mismo predio, entre 2017 y 2022, fueron localizados otros tres cadáveres, de los cuales al menos uno estaría relacionado con la tala ilegal de árboles; otra de las problemáticas en el Ajusco, donde se conjugan tres factores que hacen del lugar “una zona de alta conflictividad delictiva” en la capital: la delincuencia común, el crimen organizado que está presente en este cruce hacia la ruta de los estados de Morelos y México, y la tala ilegal, misma que se puede constatar a simple vista en el predio, donde hay troncos cercenados por todas partes y muy pocas sombras. 

–Por medio de fotos satelitales desde 2018 a la fecha, constatamos que comenzaron a aparecer ciertos montículos de escombro, lo cual nos podría parecer lógico si este lugar fuera un tiradero. 

–Pero aquí lo que llama la atención –plantea– es que en diferentes puntos de muy difícil acceso en el predio aparecen uno o dos montones de escombro y ya no vuelven a tirar nada más ahí. Eso nos llamó la atención, en la lógica de que ahí pudieran estar escondiendo algo, o enterrando algo. 

Y siguiendo esa lógica, precisamente, descubrieron debajo de un montículo una fosa con restos óseos, de los cuales ya se determinó que ocho corresponden a huesos de la mano –carpos y metacarpos–, mientras que otros dos son vértebras de la columna. 

Por este hallazgo, y por todo el contexto de violencia y desapariciones en la zona, fue que la familia de Pamela Gallardo y el colectivo ‘Hasta Encontrarles’ insistieron a las autoridades de la ciudad para que se organizara una búsqueda conjunta en todo el vasto predio, pues ya está probado que varias personas han sido enterradas aquí de manera clandestina.   

Pero la respuesta ha sido lenta y repleta de burocracia.

–Las búsquedas siempre las planteamos con las autoridades. Pero, lamentablemente, varias de esas búsquedas han tardado meses en realizarse. Por ejemplo, esta que empezamos en esta zona del Ajusco tardaron hasta nueve meses en autorizarla. Y nosotros siempre insistimos en que no podemos hacer una búsqueda cada nueve meses o un año. 

David Peña, que también toma una pala para ayudar a quitar escombros de los dos nuevos montículos que quieren rastrear, hace un breve pausa para tomar aire y se arranca de nuevo.  

–Si se convocara a una reunión urgente de las autoridades federales, de la ciudad, y de la alcaldía, en una sola reunión podríamos organizar lo que se tardaría ocho o nueve meses en oficios, peticiones, requerimientos, etcétera. Es decir, en una sola reunión con los familiares se podría decir qué necesitamos para la búsqueda, quién lo pone, y en dos o tres días estaríamos haciendo una búsqueda mucho más amplia y con más personal para ir descartando las zonas ya revisadas y buscar en otras.  

Pero eso no ha sucedido. Y el resultado es que un grupo de 20 personas, “sin materiales, ni herramientas, y sin el acompañamiento institucional” está realizando con sus medios y sus manos, literal, un “rastreo ciudadano” al que, después de hacer una convocatoria a través de redes sociales, se sumaron otras familias con personas desaparecidas, así como activistas y voluntarios expertos en antropología, que son quienes están ayudando a identificar posibles restos entre la tierra.

–La lógica de las autoridades es que como convocamos un ‘rastreo ciudadano’, pues lo que nos dicen es: ‘ah, pues háganlo ustedes’. 

Por ahora, precisa el abogado, lo único que han conseguido es que en la fosa ya descubierta por ellos, y que está a unos pocos metros del lugar que ahora excavan, haya personal de los servicios forenses de la fiscalía de la ciudad, bomberos que están cavando la tierra, agentes del ministerio público, y un pequeño equipo de la policía capitalina especializado en tareas de rescate, en el que también hay un binomio canino que ayuda a rastrear y detectar posibles restos humanos. 

Pero más allá de eso, lamenta David Peña, están solos.

“Ya no hay lugares en México que no sufran el calvario de las desapariciones”

La señora Demetria Cano tiene 60 años. Viste un pantalón de mezclilla vaquero, una camisa azul de manga larga para protegerse del intenso sol, y en la cabeza lleva una gorra rosa con el lema ‘Wendy vive’ en alusión a Wendy Joselin, una joven mexiquense asesinada el año pasado a manos de su novio menor de edad, al que solo le dieron una sentencia de cinco años por el feminicidio. 

Antes de empezar la búsqueda en los montículos del predio, a eso de las diez de la mañana, Demetria, bajita, de manos menudas, y a la que le cae sobre la espalda una larga trenza de pelo negro azabache, prendió copal y lo alzó a los cuatro puntos cardinales para “purificar el espacio” y pedir permiso “a los guardianes del lugar”. Luego se arrodilló para dar las gracias a “la madre tierra” y dejó la vasija con copal humeante sobre una toalla roja, junto a una pequeña cruz rosa de madera que reza ‘Ni una más’. 

–Cada punto tiene su trabajito –cuenta secándose el sudor que le cae por las sienes un par de horas después de que inició la excavación–. Por ejemplo, se pide permiso al Oriente, porque es donde nace el sol que todo lo ilumina; al Poniente, que es el ‘rumbo de las guerreras’ que resguardan la vida; al Norte, que es el ‘espejo humeante’ que representa al sentido de la colectividad; y al Sur, que está representado por el ‘colibrí izquierdo’ que vigila todos nuestros proyectos y nos ayuda a mantener la fuerza de voluntad. 

Demetria, dice mientras hunde sus manos sin guantes en el montículo de escombros para ir retirando las piedras más grandes, no tiene ningún familiar desaparecido. Pero está aquí porque respondió al llamado en redes sociales de la familia de Pamela, y porque, asegura con determinación sin dejar de sacar escombros, no puede mantenerse impasible ante tanta violencia. 

–Estoy aquí por la sencilla razón de que esto no es normal. La violencia que pasa en el país, y la violencia que nos pasa a las mujeres, no es normal.

A continuación, se endereza, se pone de pie, y se vuelve a secar el sudor. A su lado, Esteban, el hermano de Pamela, se afana en agarrar más piedras con la mano para pasárselas a otro voluntario que lleva el rostro cubierto por un pañuelo negro y unos lentos oscuros, que a su vez se la pasa a otro, y otro más la tira lejos del lugar para irlo limpiando poco a poco. A unos metros de distancia, arriba de otro pequeño montículo, un policía capitalino de la unidad de rescate ‘Zorros’, que no quita el dedo del gatillo de su arma larga de asalto, vigila discretamente el perímetro, mientras otra joven agente morena, alta y delgada, custodia a las madres cuando se mueven por la zona.  

–Mucha gente dice… ‘ah qué mal, a tal muchacha la desaparecieron’. Pero mientras no les toque a ellos, no pasa nada. Pero yo creo que, como se dice, desde el momento en que tocan a una mujer, nos tocan a todas. Y por eso estoy aquí: para que al menos sintamos que no estamos solas. 

Doña Demetria lleva seis años acompañando la búsqueda de Pamela y de otros tantos casos en el Estado de México y en la ciudad. Y no viene sola, también trae a su hijo de 15 años; un joven estudiante que quiere ser abogado, que lo mismo coge una pala y un pico, que lo mismo explica con una soltura que impresiona a su edad cómo es el proceso de cribado de la tierra que están haciendo un par de antropólogos voluntarios en busca de más restos humanos, o cómo debe ser la custodia legal de un lugar donde se descubrió una fosa clandestina. 

–El presidente dice que han disminuido las desapariciones, o que no son tantas –comenta de nuevo Demetria, que toma una pala para darle un descanso a sus manos agrietadas y llenas de tierra y polvo. 

–Pero nosotras, de este lado, decimos que en realidad han aumentado mucho, sobre todo las desapariciones de jóvenes y adolescentes. Y aquí, en la Ciudad de México, también. Porque ya no hay ningún lugar en todo México que no sufra este calvario de las desapariciones –dice la mujer, que vuelve a guardar silencio mientras continúa rascando la tierra.

“No queremos que las autoridades sean sensibles, queremos que hagan su trabajo”

Rosalinda Sandoval viste una playera blanca con un corazón grande en la espalda, el lema ‘Que la fuerza del amor nos reencuentre pronto, te amamos’, y la fotografía de su hijo Leonardo Sandoval Cázares, un joven de 20 años desaparecido el 15 de mayo de 2022 en la zona de la presa de San Miguel Ajusco, Tlalpan, cerca del predio donde se realiza la búsqueda. 

La mujer cuenta que Leonardo asistió ese día a una fiesta, hasta que a eso de las ocho de la noche de ese día domingo dejó de contestar las llamadas y los mensajes. Al parecer, familiares de su pareja tuvieron una discusión con él, lo encañonaron y lo agredieron. Y después, desapareció. 

–La Fiscalía no quiere avanzar. Ya les mandamos audios y evidencias, y no hacen nada. Las autoridades no quieren entrarle a este problema de las desapariciones en la Ciudad de México, cuando aquí mismo –dice paseando la mano por la veintena de personas que excavan la tierra– está la prueba de que en la ciudad hay desaparecidos y fosas. 

De hecho, agrega Rosalinda, al mes que desapareció su hijo, también desapareció en la misma zona del Ajusco Axel Daniel González Ramos, de apenas 16 años. En mayo del año pasado, reportó el diario La Jornada, sus familiares hicieron una búsqueda en la zona, en la que vecinos les dijeron que “aquí escuchan a personas ser torturadas”. Ese día también encontraron una bolsa con restos, aunque se trataba de huesos de animal.

–En la ciudad hay muchos desaparecidos y sigue habiendo a diario ­–recalca una vez más la mujer–. Por eso estoy aquí apoyando la búsqueda de Pamela, porque sé lo que es sentir un inmenso dolor por no tener a tu hijo contigo. Tenemos que empatizar y ser más sensibles, y solidarizarnos para buscarlos. No solo a Pamela y a mi hijo, sino a cualquier otra persona desaparecida, porque hoy somos nosotros, pero mañana otras personas pueden estar sufriendo este mismo dolor.

Tras algo más de cuatro horas de trabajos de búsqueda, los antropólogos llaman la atención del resto de buscadoras y de buscadores, que se mueven rápido hacia ellos. Piden a Esteban que se acerque. Sobre la rejilla de la criba, entre piedritas, arena y otros desechos, emerge un pequeño pedazo de hueso, prácticamente imperceptible para ojos inexpertos o pocos acostumbrados. 

–Parece que es de roedor –anuncia una de las antropólogas tras observar varios segundos detenidamente la pieza, pero hay que analizarla en laboratorio. La fotografían y la meten en una bolsita, y continúan cribando la tierra. 

Minutos después, de nuevo todos los buscadores se mueven inquietos pisoteando con cuidado por entre el océano de piedras y escombros, pues uno de ellos ha encontrado bajo la tierra unos pants, al parecer de niño, que también tendrán que analizar. Mientras que algo más tarde, ya casi al final de la jornada a eso de las 14.30 horas, el hijo de doña Demetria encuentra una especie de cofre o caja debajo de la tierra. Llaman entonces al subinspector del Grupo Zorros de la policía capitalina, que llega con el agente canino, un labrador negro. El perro olfatea la caja en reiteradas ocasiones, pero no hace la señal –sentarse como una estatua en el punto– que alerta sobre la presencia de restos humanos en la zona. 

–Yo, la verdad, hace tiempo que dejé de creer en la sensibilidad de las autoridades –comenta con una sonrisa fatigada Esteban, que retoma el punto expuesto anteriormente por la señora Rosalinda. 

–Ya no pretendo que las autoridades sean sensibles a nuestro dolor. Lo que pretendo –agrega al tiempo que se le endurece el rostro y la mirada– es que sean efectivos y eficaces en su trabajo. Eso es lo único que les pedimos: que den los resultados que necesitamos para encontrar a nuestros seres queridos.

A las 15 horas, la jornada de búsqueda finaliza. Todos recogen los picos, palas y varillas, algunas de las cuales las prestó la Comisión de Búsqueda de la CDMX, y comienzan a salir en silencio del predio rastreado. 

Todos se dirigen hacia la zona próxima a la carretera, donde está el lúgubre caserón en ruinas junto a dos camionetas abandonadas –una Ford de los setentas, pintada de un amarillo ya deslavado, a la que le extirparon el motor y los asientos, y otra camioneta con la carrocería completamente corroída por el sol y con la luna del cristal delantero destrozada por lo que parece son impactos de bala–. Ahí, en un punto bajo la sombra de una carpa que instalaron, toman agua y hacen un círculo. Esteban se pone en medio y da las gracias a quienes les acompañaron en esta nueva jornada de búsqueda ciudadana. Todos aplauden y se despiden. 

El sol comienza a dar una tregua que durará hasta la mañana del día siguiente. Será entonces cuando, de nuevo, la brigada ciudadana volverá a este predio en busca de respuestas sobre Pamela y tantos otros miles de desaparecidos en la Ciudad de México.

FUENTE: ANIMAL POLÍTICO.
AUTOR: MANU URESTE.

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