Nadie arriesga la vida cruzando la frontera entre México y Estados Unidos para después suplicarle a un juez la deportación. O casi nadie. Pero María, inmigrante salvadoreña, se vio obligada a hacerlo.
La mujer de 40 años –cuyo nombre real no es revelado– llegó a principios de junio al puente internacional de El Paso, después de una huida desesperada de su país. Venía con sus tres hijos, de cinco, siete y ocho años, escapando de la violencia doméstica y de las amenazas de la Mara Salvatrucha.