jueves, 7 de julio de 2022

En el aeropuerto de Cancún, detienen e incomunican sin justificación a personas originarias de Colombia

Personas originarias de Colombia que quisieron entrar a Cancún para vacacionar denuncian que se les impidió el acceso al país, sin recibir explicaciones ni un trato digno por parte de autoridades mexicanas.

El lunes 4 de julio, en su primer viaje juntos, una pareja abordó el vuelo 7028 de la aerolínea Wingo en Bogotá, Colombia, con destino a Cancún, México. Su única intención era aprovechar la luna de miel que les había regalado el papá de él. 

Después de aterrizar, en el módulo de migración les preguntaron por sus documentos y, pese a las comprobaciones, los agentes decidieron que debían pasar a una segunda revisión —que, según la ley, solo puede durar un máximo de cuatro horas—, sus pasaportes y celulares les fueron retirados para ser retenidos por más de 12 horas en el Aeropuerto Internacional de Cancún y, finalmente, fueron deportados.

“Migración nunca estuvo abierto a dialogar, a resolver, a solucionar, sino simplemente nos privaron de nuestros derechos básicos, que es tener la libertad de comunicación, poder llamar y comunicarnos con nuestra familia para que supieran que estábamos bien o que nos ayudaran a resolver algo. Simplemente, nos retuvieron más de 12 horas en contra de nuestra voluntad, pensando que iba a ser solamente una entrevista y no un encarcelamiento”, relata él ya de regreso en Bogotá, desde donde ambos accedieron a dar testimonio de lo ocurrido preservando su identidad.

Como ha sucedido también en el Aeropuerto Internacional de Ciudad de México, según publicó Animal Político, en el aeropuerto de Cancún algunas denuncias apuntan a una política similar: selección de las entradas y las deportaciones a discreción de los agentes del Instituto Nacional de Migración (INM), horas de detención superiores a las previstas por la ley, incomunicación, así como tratos y condiciones de estancia indignas.

Consultado sobre los casos denunciados en Cancún, el INM no dio respuesta hasta el cierre de esta publicación; tampoco a la pregunta de cuál protocolo o documentación justifica el encierro por más de cuatro horas y el retiro de celulares.

A la pareja que quería disfrutar su luna de miel, le dijeron primero que harían una entrevista que no demoraría mucho. Desde ese momento, los agentes retuvieron sus pasaportes y celulares. “No vimos ningún problema en hacerlo porque queríamos llegar rápido a nuestro hotel y no poner ningún problema; pensábamos que todo podía ser parte de la rutina de entrada a México”, relata él.

Algunas preguntas fueron de rutina: a qué venían, cuánto dinero traían, por cuántos días, en dónde se iban a quedar, pero después, al saber que traían 3 mil 500 en pesos mexicanos en efectivo, la entrevista comenzó a girar en torno a si sabían qué se podía visitar en Cancún, cuánto costaba la entrada a Xcaret, cuánto se hacía para llegar y otros detalles.  

“Ahí ya empezó a generarme un poco de conflicto esa entrevista, porque no era una entrevista donde pudiera yo responder, o defenderme o presentar mis argumentos, sino sentí que era más un ataque a mí y a mi esposa para hacernos quedar como si no tuviéramos derecho a entrar al país”, relata él.

La documentación estaba completa: reservación del hotel —después los agentes reclamarían la falta de constancia del pago, que estaba en poder de su suegro dado que él lo había hecho— y comprobantes del vuelo de regreso. Ellos atribuyen a su país de origen el hecho de que las autoridades mexicanas creyeran que sus vacaciones eran una fachada para entrar al México con otro propósito, “cuando nosotros queríamos solamente ir y aprovechar el regalo que nos había dado mi papá”.

Una vez en la entrevista, los agentes nunca cedieron en el tema del comprobante de pago de la reserva y de la carencia de un itinerario fijo. La pareja conoce a alguien en México, a quien pensaban preguntar, además de revisar la oferta turística del hotel. Incluso, a ella le empezaron a hacer insinuaciones de que probablemente estaba ocultando algo. 

En cierto punto, el agente migratorio le dijo a ella que no tenía nada más que hablar: su vuelo saldría de regreso a Colombia a las 8:00 de la mañana del día siguiente. Con angustia, ella preguntó si era posible hablar con alguien más, comunicarse con su suegro o con el hotel para que verificaran el pago y la información, pero el agente les gritó a ambos y los mandó a sentar.

Después de un rato, les llamaron junto con otras personas, los condujeron a otro lugar dentro del aeropuerto donde no se veía nada hacia afuera. “Tenía unos vidrios como con ese papel de colores”, recuerda ella. Antes de entrar, les pidieron dejar todas las maletas e ingresar solo sacos, cobijas y objetos de valor. Del celular y el pasaporte seguían sin saber nada. Ahí fue cuando les informaron que los regresarían a Colombia.

La pareja recuerda haber visto personas de distintas nacionalidades, pero casi siempre latinos. El lugar —describen— era degradante, sucio, con colchonetas con bolsas de basura, sillas dañadas, sucias al igual que los baños. Se acomodaron en el piso porque sabían que pasarían la noche ahí; de los alimentos se encargaría cada aerolínea. La comida llegó un poco más tarde, junto con la promesa de que cerca de las 9:00 de la noche podrían hacer una llamada. Su principal preocupación era avisar a su familia que estaban bien.

Dieron las 10:00 y no llegaba el momento de la llamada. Los guardias prometieron empezar a convocar a grupos de 10. Después les volvían a encerrar; un guardia se iba, regresaba otro, le preguntaban por la llamada y entonces el problema era que no había internet. Las personas reclamaban que no era necesario, pero toda la noche solo hubo más vueltas y pretextos por los que no se podía llamar. La pasaron en vela porque estaban en medio de personas desconocidas y sin poder avisar. 

“Estuvimos encerrados bajo llave, sin saber qué estaba pasando, sin saber qué podíamos hacer o con quién nos podíamos comunicar, porque cada vez iba un guarda diferente a darnos un motivo distinto por el cual no podíamos llamar o por el cual no podíamos salir, solamente esperando a que hubiera llegado un vuelo para poder salir a Colombia o que se hubiera resuelto nuestra situación”, subraya él.

Después de muchas horas en vela, vieron que otras personas salían en vuelos sin saber exactamente a dónde, escoltados por agentes sin gafetes, sin ningún policía a la vista en el aeropuerto y todos, en apariencia, “coludidos con el mismo fin, el mismo plan: deportar a los latinos a su país de origen”. 

La pareja reclama que sus derechos fueron violados, puesta en tela de juicio su integridad y honestidad, sin ninguna oportunidad para defenderse. De manera ilegal, se les negó la comunicación. Además, subrayan, no solo eran ellos, sino las muchas personas que llegaban a esa sala sin saber a qué hora saldrían. “No sabemos cuántas personas tienen que sufrir esto a diario, pero es una situación preocupante. Nos parece injusto e inhumano el trato que recibimos en México, pensando que era un país vecino, amigo, que recibía bien a los extranjeros”, lamenta él. 

Ambos salieron de Bogotá con la expectativa de disfrutar su luna de miel, y no esperaban lo que sucedió: una situación que describen como humillante, inesperada y, sobre todo, inmerecida, porque les privaron de su libertad casi 24 horas, así como de la comunicación con sus familias, con quienes pudieron hablar hasta que estuvieron de regreso en Colombia.

Una segunda frontera sur, de facto

Sebastián Forero vivió una situación similar en el aeropuerto de Cancún, cuando su vuelo, también de Wingo, aterrizó el 15 de junio. Su hermano cumplía 30 años y junto con otros amigos, planeaba celebrar su cumpleaños en las playas del Caribe. En total eran 12, la mayoría provenientes de Bogotá. 

El plan estaba pagado por anticipado: reservas en un hotel todo incluido para seis días, cinco noches, algunos tours, por ejemplo a Tulum, y vuelos de regreso. Sebastián viajaba junto con otras seis personas de entre el grupo de 12. En el primer filtro, los demás pasaron, pero a él lo detuvieron para revisar algunas inconsistencias en los documentos.

Para la segunda revisión, fue conducido a unas oficinas cerca de la 1:00 de la tarde, donde al entrar, inmediatamente le pidieron entregar el celular apagado y el pasaporte. Ahí respondió las preguntas de rutina: a qué viene, cuánto tiempo, en dónde se va a quedar, mostrar reservación del hotel, vuelo de regreso, qué hace en el país.

Sebastián es periodista en Colombia, por lo que no tenía ningún motivo para ingresar a México con el fin de buscar la ruta hacia Estados Unidos, que es la intención que, dice, tenía la mayoría de la gente que conoció en sus horas de encierro. Sin embargo, le preguntaron si tenía visa estadounidense.

Algunas semanas antes de viajar a Cancún, él había recibido un correo de la embajada estadounidense donde le decían que su visa de turista, inicialmente vigente hasta 2026, había sido revocada. Como en el pasaporte seguía la fecha original de vigencia, él presentó la visa tal cual, pero un agente estadounidense que permanecía junto a los del Instituto Nacional de Migración la escaneó y se dio cuenta de la cancelación. Devolvió la visa y la agente del INM le dijo a Sebastián que no podría entrar a territorio mexicano.

Él defendió que la visa no era un requisito para entrar a México. La agente lo admitió, pero argumentó que las razones de cancelación de la visa generaron una alerta migratoria que no le permitía pasar. El agente estadounidense tachó la visa con las palabras “cancelada” en inglés.

Ya habían pasado más de cuatro horas desde que lo habían retenido cuando a Sebastián lo pasaron a una sala de tránsito hasta que su aerolínea tuviera un lugar en un vuelo de regreso. Eran más de las 5:00 de la tarde, y aunque seguía incomunicado, al pasar a la sala pudo despedirse de sus amigos y convencer a su hermano de que se quedara, pues todos habían ido por su cumpleaños. 

La sala de tránsito, describe, es en realidad una bodega cerrada bajo llave, que solo puede abrir personal del INM. “Adentro es un espacio relativamente grande, donde hay colchonetas en el piso, hay baños dentro, completamente desbarajustados, y en promedio, unas 30, 40 personas, principalmente de Perú, Costa Rica, la India, Rumania, Polonia; entre a las 6:00 de la tarde, todo mundo pidiendo comida, agua”, relata en entrevista. 

Hasta las 2:00 o 3:00 de la mañana le permitieron tomar su celular unos minutos para llamar a su familia, a quienes les pudo avisar unas 14 horas después de su detención, pero había más gente que llevaba esperando desde más temprano, recuerda. La aerolínea llevó algo de comida, la misma que dan en los aviones.

“Me puse a hablar con la gente, y así permanecí hasta las 3:00 de la tarde del día siguiente, 23 horas después, cuando vino mi aerolínea y me dio el vuelo de regreso. Todos mis amigos siguieron adelante, y yo me volví. No teníamos ningún problema, pero en mi caso es que habíamos tenido ese tema con los norteamericanos que me quitaron mi visa, y yo no pensaba que ellos tuvieran capacidad de decidir quién entra y quién no a territorio mexicano”, señala Sebastián.

El agente de la oficina de Aduanas y Protección Fronteriza estuvo todo el tiempo ahí, junto a los oficiales del INM: “Eso me parece violatorio de la soberanía, que se decida en México a quién sí dejan pasar y a quién no”.

El celular se lo devolvieron hasta que estuvo a bordo del vuelo de regreso a Colombia. Tenerlo, dice, habría hecho la experiencia menos traumática, porque ahí dentro, los agentes son indiferentes, inamovibles, no les importan las reiteradas peticiones de llamadas. Tampoco les importó que Sebastián tuviera claustrofobia diagnosticada. 

“Habría muchas maneras de hacer esa situación mucho menos inhumana. Listo, no vamos a entrar, pero por qué tiene que ser tan inhumano, por qué no puede haber una sala en buenas condiciones, que no esté uno bajo llave, todos llevamos plata, pues podemos ir a comprar nuestra comida en el aeropuerto, por qué tiene que dormir uno bajo llave, en esas condiciones paupérrimas, por qué tiene que estar incomunicado, sin su maleta, me parece que hay una inhumanidad que podría obviarse”, reclama.

Él entiende la necesidad de controles y revisiones, pero en medio ha quedado atrapada demasiada gente: “En esa cruzada se llevan por delante a mucha gente, turistas, pero además de facto, la frontera de Estados Unidos está extendida hoy hasta la frontera sur de México. Hoy en día controlan el ingreso a México porque lo ven como una de sus fronteras, eso me parece a mí grave porque es el tema de la soberanía”.

“Hoy en día, un colombiano puede no pasar a México por nada, por la apreciación de los agentes del INM, ellos tienen ese monopolio ahí y son incuestionables, inapelables… Hoy México es un territorio vetado para mí”, lamenta.

FUENTE: ANIMAL POLÍTICO.
AUTOR: MARCELA NOCHEBUENA.

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