lunes, 6 de diciembre de 2021

‘A Omar no se lo tragó la tierra, se lo llevaron’: migrante sobrevive al desierto, pero desaparece en Ojinaga

En la teoría, el plan se escuchaba bonito y sencillo: Omar Reyes López, de 20 años recién cumplidos, saldría en secreto de su pueblo natal de Hidalgo, donde el trabajo en el campo apenas le daba para ir sobreviviendo, y se iría con su primo a Ciudad Juárez.

De ahí se ‘brincaría’ para Estados Unidos, caminaría por el desierto con la guía de un pollero al que le pagarían la deuda trabajando, y listo. Pronto estaría llamando de vuelta desde Los Ángeles para avisar que ya podían apagar la vela que dejó prendida a San Judas Tadeo, el santo de las causas imposibles.

Sin embargo, más de un mes después de su partida, la vela sigue encendida. Y a diario, su familia en México recibe llamadas de extorsionadores, a los que, producto de la desesperación, ya les pagaron una fuerte suma en dólares para tratar de conseguir una pista de Omar, que tras perderse por el vasto desierto y sobrevivir siete días caminando, todo apunta que desapareció en su propio país; en Ojinaga, Chihuahua, en una zona dominada por el crimen organizado. 

Ahí, la última
pista lleva hasta una casa de seguridad que los traficantes de personas utilizan para guardar a los migrantes antes de cruzarlos ilegalmente. 

Pero, más allá de esta pista, no se sabe más de Omar.

“Hermano, ayúdame. No me dejes aquí”, fue el último mensaje que le mandó a su primo.

“En las redes transmiten una falsa realidad de lo que es migrar”

Sheila Arias es la tía de Omar. En entrevista, la mujer cuenta que desde que nació prematuro, Omar se las ha visto muy duras para sobrevivir. Abandonado por su padre, y con muchas dificultades durante su desarrollo por problemas de visión, a los 13 años aun no sabía leer, ni escribir, ni hacer sumas básicas; una situación que, desde pequeño, lo hizo muy dependiente, incluso para cosas como viajar en una combi a hacer compras al pueblo de al lado, a donde siempre iba acompañado de su abuela, un primo o un tío. “Pero nunca solo, porque se perdía”, explica Sheila.

Las dificultades en su desarrollo, más la falta de oportunidades y la precaria situación económica de su madre, una empleada del hogar con otros cuatro hijos, lo arrinconó al trabajo en el campo de su pueblo natal, San Salvador Hidalgo; a unos pocos kilómetros de Tula. Ahí trabajó como peón en la siembra de tomate y chiles y cargando camiones de papa y alfalfa. Pero el campo, ya se sabe, es pesado y deja poco dinero. Por ello, San Salvador Hidalgo, junto con municipios como Ixmiquilpan, Tulancingo, o Atotonilco el Grande, es una zona tradicionalmente expulsora de migrantes en un estado, además, que está entre las entidades con un “grado de intensidad migratoria alto”, según datos del Consejo Nacional de Población (Conapo). 

“La historia del pueblo, el modus vivendi, su contexto social, todo eso hace que la gente vea en la migración un sinónimo de progreso y de dinero, y como la única forma de salir de la pobreza”, explica Sheila.  

Y, además, claro, están las redes sociales. A diario, Omar veía a través de su teléfono cómo muchos ‘brincados’ mostraban en fotografías lo bien que les iba en Estados Unidos, la buena vida que habían logrado después de tomar una decisión aparentemente sencilla: dejar la pobreza y cruzar el desierto. 

“En las redes sociales te transmiten una falsa realidad… Y Omar pensó que cruzarse era muy fácil”, plantea su tía. 

Omar, de tez morena, labios gruesos, complexión robusta, y 1.75 de altura, comenzó a prepararlo todo. Contactó a un tío que vive en Estados Unidos y a un primo que lleva diez años allá. Ambos trataron de persuadirlo. “Mejor consíguete una visa”, le aconsejaron. Pero el joven ya estaba decidido. Buscó a otro primo de 24 años, que también quería cruzarse, y en secreto contactaron a un coyote. No pudieron pagarle mucho, solo un adelanto. El resto, les dijo el traficante, lo pagarían una vez que empezaran a trabajar en Estados Unidos. Lo habitual.

La fecha de partida sería el 28 de octubre. Días antes, cuenta Sheila, el joven se la pasó llorando, triste. Pero llegado el momento, agarró la mochila, dejó prendida la vela a San Judas, y salió con su primo y otro grupo de diez migrantes del pueblo con dirección a Pachuca, la capital de Hidalgo. De ahí tomaron un avión que los dejó en Ciudad Juárez. 

El primo de Omar contó que, una vez en la frontera, los llevaron a una vieja bodega abandonada, como las muchas que proliferan en las afueras de Juárez. En la casa de seguridad había muchos otros migrantes listos para cruzar. Pasaron unos días hacinados y durmiendo en colchonetas tiradas en el piso, hasta que la madrugada del 2 de noviembre, aun de noche, Omar salió con su primo en un grupo de 40 migrantes rumbo a suelo estadounidense. 

Unos, como los primos, iban para Los Ángeles. Otros para Texas. Pero todo se complicó cuando, antes de llegar al primer punto acordado donde los grupos se dividirían con otro coyote, apareció la Patrulla Fronteriza y todos corrieron para dispersarse y evitar la deportación inmediata. 

A partir de aquí, nadie de la familia ha vuelto a ver a Omar.

“Tío, ¿qué es el 911?”

“Se perdió Omar… se perdió”, les dijo el primo que llegó a Los Ángeles nada más ver a su tío y al primo que viven allá. 

Era el 4 de noviembre. Desesperados, ambos intentaron contactarlo por teléfono. 

Los mensajes, aunque de manera intermitente por la mala señal, comenzaron a entrar. 

“Hermano -mensajeó de vuelta Omar-, no me dejes aquí. Ayúdame. No me quiero quedar aquí. Ya quiero regresarme para México”. 

Omar estaba vivo, pero seguía en el desierto. Los primos le dijeron que llamara al 911 para que pidiera ayuda y su teléfono pudiera ser rastreado para que lo rescataran. Pero la comunicación se cortó hasta que, una semana después, el 10 de noviembre su tío le marcó de nuevo y la llamada entró.

“Tío, ¿qué es eso del 911?”, le preguntó nada más contestar. 

Sheila Arias narra el momento entre lágrimas: “El niño no sabía lo que era el 911… de ese tamaño era su ingenuidad”.

De nuevo, le explicaron que tenía que marcar a ese número para que la Patrulla Fronteriza, que ya estaba enterada del caso por sus familiares, pudiera rastrearlo y rescatarlo. Ahora sí, el joven lo hizo. Pero su ubicación marcaba que había vuelto a México y que se encontraba en un punto remoto entre Coyame del Sotol y Ojinaga; una zona “muy caliente” donde opera el cártel de La Línea, según publicó el pasado junio el Diario de Chihuahua en una nota que cita un reporte de la Fiscalía estatal. En la información se detalla que en esa zona no solo están desapareciendo migrantes como Omar, sino también los traficantes, los polleros o coyotes, puesto que La Línea busca hacerse con el control de ese cruce, uno de los más frecuentados por lo desolado de la zona y la falta de agentes migratorios.  

“Estoy bien, pero estoy cansado y solo tengo comida para dos o tres días”, le dijo Omar a su tío, que ese mismo día dio parte de la situación a los Grupos Beta del Instituto Nacional de Migración (INM) de México, la unidad dedicada al rescate de migrantes. 

El 11 de noviembre ya estaba activada la búsqueda. Los Beta llegaron a las coordenadas que había marcado la Patrulla Fronteriza, pero Omar ya no se encontraba ahí. Entonces, la policía chihuahuense, que también participó en la búsqueda, hizo un estudio de la geolocalización y determinó que el joven se había movido hasta un rancho cercano, como a una hora caminando del lugar. 

Intentaron marcarle de nuevo en múltiples ocasiones. Pero ahora sí el teléfono no daba señal. Le mandaron más mensajes de texto diciéndole que esperara en ese rancho hasta que llegaran los policías a rescatarlo. Sin embargo, cuando llegaron tampoco lo encontraron. 

Omar había desaparecido en México.

Recurren al amparo para que busquen a Omar

Sheila Arias explica que, a partir de ese momento, tuvieron muchas dificultades para que la búsqueda se mantuviera con el mismo nivel de intensidad. Primero, la mamá de Omar trató de poner una denuncia por desaparición no forzada en Actopan, Hidalgo. Pero dice que ahí se opusieron “porque los hechos habían ocurrido en otro estado”. Ello suponía que la madre de Omar, “que tiene unos ingresos muy bajos”, se debía trasladar hasta Chihuahua a levantar la denuncia. 

Finalmente, la familia logró que la fiscalía de Actopan recibiera la denuncia y trasladaran a la mamá hasta Juárez.

En ese momento, Sheila dice que en el Grupo Beta del INM les comunicaron que la búsqueda ya requería que fuera aérea, para abarcar mayor espacio de terreno. 

Ante la reticencia del estado a brindarles helicópteros y drones, Ana Luz Manzano, una activista mexicana experta en derechos humanos y migración, se enteró del caso y les tramitó el amparo indirecto 1913/2021, en el Juzgado Primero de Distrito de Chihuahua. 

El amparo exigía: uno, que a la familia de Omar se le asignara un abogado de oficio; y dos; que el Estado mexicano hiciera uso de todos los recursos a su alcance para la búsqueda y localización del joven, incluyendo el uso de drones, helicópteros y caninos. 

Hasta el momento, Sheila dice que, al menos, “la actitud de la Fiscalía de Chihuahua ha sido empática”. “Sí están haciendo la búsqueda”, asegura la mujer, que a diario recibe fotografías de los puntos que rastrean, mismas que mostró a este medio. “Pero consideramos que se están quedando muy cortos”, añade la mujer, que con cada día que pasa, dice que se hace más necesario que la búsqueda se intensifique. 

“Sé muy bien que no somos los únicos, que hay miles de migrantes y de personas en esta misma situación. No queremos privilegios en la búsqueda. Solo estamos haciendo uso de los recursos que el Estado debe brindarnos a todos los ciudadanos para casos así”, deja en claro la tía de Omar, cuya desaparición también supuso que la Interpol emitiera una “alerta policial mundial” con su foto y sus datos para su búsqueda.

“Su denuncia me tiene bien caliente la plaza”

El pasado jueves 2 de diciembre, cuando tuvo lugar la entrevista, Sheila arrancó la plática con este medio diciendo que ese día se cumplían 23 días desde que, oficialmente, desapareció su sobrino, que, además, cumplía años ese día. 

“Toda la familia está devastada”, lamenta. “Me levanto en mitad de la noche con la ansiedad de mirar el teléfono para ver si tengo algún mensaje suyo. He soñado que tuiteo: ‘¡Lo encontraron vivo!’. Pero luego me despierto y me doy cuenta entre lágrimas que no es verdad, que Omar sigue desaparecido”. 

Por si fuera poco, el peso de la agonía de no saber nada de Omar, Sheila dice que en este mes han tenido que hacer frente también a los decenas de extorsionadores que, después de que publicaran la ficha de desaparición de su sobrino, les han contactado para ofrecerles supuesta información a cambio de dinero, o les mandan supuestas fotografías de mala calidad en las que se ve a una persona con la cabeza cubierta con bolsas de plástico y sangre. 

“Necesito que una persona se haga responsable de tu hermano Omar, ya que quiso cruzar la frontera sin pagar la cuota correspondiente”, le escribió un tipo que se identificó como Esteban Hernández, supuestamente “miembro activo del CDG (Cártel del Golfo)”.

“Nos hablan con lada de Tamaulipas, Chihuahua, Coahuila, Ciudad de México, y hasta de Chiapas”, enumera la mujer. “Y también nos escriben por Facebook. Te dicen: ‘yo lo vi en una bodega en Juárez, le di mi cobija y agua. El pollero que lo tiene es este’. Y te ponen un número, al que marcas y ahí es cuando tratan de extorsionarte”. 

Por desgracia, dice la mujer, la agonía y la desesperación en toda la familia es tal, que uno de sus sobrinos pidió dinero prestado en su trabajo e hizo un depósito en una cuenta Bancoppel en Tampico, Tamaulipas, que muestra a este medio. Los extorsionadores aseguraban que tenían a Omar, pero tras recibir el pago no se han vuelto a comunicar. 

En todo este tiempo, Sheila dice que la única llamada “coherente” que recibió fue la de una persona que se identificó como un “coyote”. 

“Mire, la denuncia que ustedes hicieron me tiene bien caliente la plaza. Y yo, que me dedico a esto, tengo una semana que no he podido pasar migrantes”, narra Sheila la plática, en la que el hombre, “muy tranquilo”, le explicó los engranajes del tráfico de personas. 

“Yo tengo a mis ‘caminadores’. A ellos los mando para el desierto a buscar a los ‘pollos’ que se pierden. Cuando los localizamos, los traemos de vuelta para acá, y luego negociamos su salida con las familias”, le expuso. “Ahora mismo tengo acá a ocho migrantes, y lo que quiero es que me diga el nombre completo de su sobrino para saber si yo lo tengo”. 

Sheila le dio los datos y el coyote prometió marcarle de vuelta en cuanto supiera algo. Pero tampoco se ha vuelto a comunicar. 

Después, otro extorsionador le pidió siete mil pesos a cambio de una ubicación. “Es una casa, ahí está”, le aseguró. Las autoridades se trasladaron al lugar en mitad de la noche cerrada, y, en efecto, llegaron a una casa abandonada en mitad de la nada. “Era la misma casa donde Omar, junto con los otros 40 migrantes, pasaron la noche antes de cruzarse”. Pero, de nuevo, ahí tampoco había rastro del joven. 

“A Omar no se lo pudo tragar la tierra”, dice Sheila. “A Omar lo tiene alguien, y nosotros solo queremos que nos lo regresen. Como sea, pero que nos lo regresen, porque queremos verlo otra vez con vida”, concluye desesperada la mujer.

FUENTE: ANIMAL POLÍTICO.
AUTOR: MANU URESTE.

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