Aparte de su lopezobradorismo a ultranza, algo tienen en común los tres morenistas Adán Augusto López Hernández, Gerardo Fernández Noroña y Andrés Manuel López Beltrán: políticamente están desactivados dentro del movimiento que fundó su líder moral, Andrés Manuel López Obrador.
Y otro denominador común: a pesar de ser señalados por los excesos adquiridos, disfrutados o cometidos durante los encargos de gobierno, legislativos o partidistas que han tenido, ninguno es investigado formalmente, sólo exhibido públicamente.
El verano de 2025 cambió la vida pública y política de los tres personajes, los tres varones morenistas que ya en el otoño se encuentran en la ignominia total. Primero fue el caso de Adán Augusto López, otrora poderoso morenista que intentó ser candidato a la Presidencia de la República después de haber sido honrado con la titularidad de la Secretaría de Gobernación por parte de Andrés Manuel López Obrador en el último tirón de su administración. Ambos tabasqueños, el expresidente lo llamó públicamente su “hermano”, para dar más certeza a la cercanía no sólo política que los unía, sino también personal.
Será por esos espaldarazos que López Hernández adquirió tanto poder al interior de Morena, en las bancadas legislativas del movimiento y desde la oficina que ocupó en gobernación, desde donde no sólo controló políticamente, también acordó con gobernadores y gobernadoras.
Como premio de consolación ante su derrota interna a manos de la ahora Presidenta de la República, Claudia Sheinbaum Pardo, Adán Augusto, como se le suele identificar comúnmente, llegó al Senado de la República y a la coordinación morenista en la Cámara Alta con tanto poder que creyó que el presidencialismo se había extinguido y su posición en el Senado le era suficiente para negociar con la titular del Poder Ejecutivo. Pero nada; ni López Obrador en su momento, ni Sheinbaum Pardo hoy día, acabaron la centralización desde el Poder Ejecutivo.
Adán Augusto inició su caída en desgracia cuando se reveló y fue confirmado por la Secretaría de Seguridad del Gobierno de la República y la FGR, que quien había sido su secretario de Seguridad al momento en que gobernó Tabasco, Hernán Bermúdez Requena, era el líder de la célula La Barredora, al servicio del Cártel Jalisco Nueva Generación, apodado el Comandante H.
El exsecretario de Gobernación fue medido con la misma vara que le aplicaron en Morena a Felipe Calderón Hinojosa, a quien acusan por lo menos de incapacidad al no haber percibido que su secretario de Seguridad, Genaro García Luna, había servido a la mafia. Ahora, dentro -aunque especialmente fuera- de Morena reflexionaban sobre el mismo eje con otros protagonistas: ¿Cómo era posible que Adán Augusto no supiera que su secretario de Seguridad, Hernán Bermúdez Requena, no sólo servía al crimen organizado, sino que era cabeza de una célula, La Barredora, en la estructura misma del Cártel Jalisco Nueva Generación? Imposible no haberlo advertido.
Una vez entregado al descrédito político y moral con la develación oficial de los delitos cometidos por el cercano colaborador de López Hernández, el camino de las revelaciones que siguen hundiendo al antes poderoso secretario de Gobernación siguió llenándose de lastres. También con información de origen confidencial, fue revelado en reportes de prensa los más de 79 millones de pesos que en dos años, cobró de forma privada y particular el senador de Morena, pero que no consignó en sus declaraciones patrimoniales. De repente, en la arenga presidencial para dar una explicación, López improvisó una conferencia de prensa donde sembró más dudas y despertó más suspicacias sobre el origen de su fortuna, que intentó radicar en una herencia, aunque los ingresos mayores fueron cuando ya gozaba de las mieles de ser uno de los protagonistas del Movimiento fundado por su “hermano”, Andrés Manuel López Obrador; aunque no predicaba los principios de no ceder ante el lujo, el exceso, la acumulación de riqueza, sino todo lo contrario.
Es evidente, y así lo ha deslizado él, que la información que lo pone en la posición de ser investigado, ha salido del ámbito oficial. Sean filtraciones, delaciones o fuentes, el acceso a la información ha sido ágil y directo para exhibirle. Hace unos días, de nueva cuenta otro ramalazo: se confirmó la cercanía de López Hernández con el preso y exsecretario de Seguridad de Tabasco, a quien apoyó con trabajo notarial, con extensiones, con la apertura de empresas, con la contratación de sus servicios; si alguien era cercano y sabía de los alcances de Bermúdez Requena, ya no queda duda, ese era el exgobernador de Tabasco, Adán Augusto López. Su caída política, ante la pérdida de confianza, la sospecha, y la denuncia, va vertiginosamente. Sin embargo, los casos no llegan a integrar una carpeta de investigación; se le exhibe lo suficiente para inhabilitarlo políticamente, sin investigarlo formal y oficialmente.
Aunque de suyo no ha tenido el protagonismo suficiente para ser comparado con su padre de quien se dice ser el legado, en los meses recientes, Andrés Manuel López Beltrán, mejor conocido como Andy, ha estado más ausente de la vida política pública. Dos hechos de suma incongruencia con los principios de su padre subieron al mayor de los vástagos del tabasqueño a la palestra de la crítica social: un viaje de lujo a Japón para vacacionar después de “extenuantes” jornadas laborales; y la adquisición, a razón de casi medio millón de pesos, de una obra de arte de la magistral Yayoi Kusama.
En ambos casos, para revelar los detalles de los pagos, hubo filtración de documentos de prueba, del hotel, y las comidas en Japón, además de la transacción de la pintura. Andy López ha hecho lo posible, aunque ciertamente con poco esfuerzo y menor presencia, para justificar sus repentinos buenos gustos (al menos de lo que se conoce), que no coinciden con la política y los principios de austeridad republicana pregonados por su padre. Hasta donde se sabe, no constituye un delito darse unas vacaciones de lujo, o adquirir una carísima obra de arte, aun cuando se desconozcan los ingresos lícitos de López Beltrán, si el partido le paga o si su negocio de chocolates es exitoso; pero exhibirlo en los excesos, como a Adán Augusto, le resta calidad moral y congruencia, sin abrirle una carpeta de investigación a raíz de su enriquecimiento inexplicable.
Sucedió prácticamente lo mismo con Gerardo Fernández Noroña, cuando se reveló en una investigación periodística que quien se autoerigía como luchador social, el representante de los desprotegidos, el austero que vivía en una vecindad, el que se revelaba al sistema que le cobraba impuestos, ahora, en la bonanza del poder de Morena, vivía en una residencia de 12 millones de pesos en Cuernavaca, Morelos. Una casa cuyo monto no alcanza a cubrir con el salario que como legislador ha tenido, pero de la que goza a conciencia oficialista. Otra vez, se revela suficiente información para afectarlo políticamente, pero no para seguirle una indagación oficial.
Está claro que en Morena el poder no se comparte, y que quien lo acumula puede ser desactivado en la política con presunciones de excesos, abusos, riqueza repentina, sin iniciar averiguaciones formales porque, al parecer, el propósito no es enfrentarlos con la justicia por un posible enriquecimiento ilícito, sino inhabilitarlos moralmente rumbo a las próximas elecciones.
AUTOR: ADELA NAVARRO BELLO.



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