lunes, 4 de octubre de 2021

Empresas y ultraricos pagan millones para esconder fortunas

Chuck Collins desmonta el argumento que los ricos suelen utilizar para justificar la secrecía, al afirmar que la secrecía les otorga seguridad. “Puedes tener privacidad y que las autoridades sepan que esta casa es tuya; aquí el problema es que las autoridades no saben de quién es esta casa”.

La industria offshore solo está diseñada para servir los intereses de los más ricos del planeta: no existe ninguna justificación válida para mover recursos a través de sociedades de papel en Islas Vírgenes Británicas o para esconder su identidad detrás de una serie de compañías fachadas en jurisdicciones secretas.

Eso opina Chuck Collins, experto estadunidense en desigualdad e industria offshore en el Instituto por las Políticas Públicas, basado en Washington.

De acuerdo con el hombre, autor del libro “Los acumuladores de fortunas: cómo los multimillonarios pagan millones para esconder su dinero”, estos esquemas se utilizan solo para dos propósitos: pagar menos impuestos –o no pagar impuesto en absoluto-- y esconder el dinero de alguna autoridad o del escrutinio público.
“La secrecía nos pone en colisión con un problema de oligarquía. No hay ninguna razón para mantener en secreto la propiedad de una compañía. De hecho, el sistema funcionaría mejor si la gente supiera quién es el dueño de tal o tal propiedad (…) los ultrarricos son casi los únicos tan sigilosos respecto a sus transacciones”, comenta Collins.
El experto desmonta el argumento que los ricos suelen utilizar para justificar la secrecía, al afirmar que la secrecía les otorga seguridad. “Puedes tener privacidad y que las autoridades sepan que esta casa es tuya; aquí el problema es que las autoridades no saben de quién es esta casa”.

Cada año, las empresas transnacionales y las familias ultrarricas del planeta esconden 427 mil millones de dólares en paraísos fiscales; de esta suma, 245 mil millones son de las empresas y 182 mil millones de particulares, según el la Red por la Justicia Fiscal (TJN, por sus siglas en inglés).
“Estamos viendo una aceleración de estas prácticas, y hace sentido, porque hemos visto una explosión extraordinaria en las riquezas del 10% más rico del planeta, el número de multimillonarios sigue aumentando, y en paralelo el monto de dinero escondido en estructuras offshore también aumenta”, asevera Collins.
Empresas y ultrarricos se apoyan en despachos de abogados, firmas de contadores, expertos fiscalistas y empleados family offices, quienes dedican sus días a diseñar complejos esquemas para que ni sus clientes ni sus operaciones aparezcan en registros públicos; el sistema funciona en una enorme red internacional, que comunica permanentemente Panamá a Ginebra; Singapur a Dubai: o Nueva York a Tortola.

Estas personas “pagan millones para esconder miles de millones” –como dice Collins-- aparecen en cada uno de los cerca de 12 millones de documentos confidenciales de 14 proveedores de servicios offshore que dieron pie a la investigación internacional Pandora Papers;

“Siempre te van a decir que es legal, pero están bailando con la ley”, dice el experto a Proceso y El País, dos de los 150 medios que participaron en los Pandora Papers, bajo la coordinación del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ).
“La industria de protección patrimonial está involucrada activamente en la redacción de leyes, en la creación de entidades; en BVI, la industria offshore vino literalmente ante el congreso y le dijo ‘pasa estas leyes’. Es como si estuviéramos jugando un juego de mesas, y yo me la pasaría cambiando las reglas para ganar siempre, porque inventé el juego”, dice.
El experto señala que, a menudo, los despachos fiscalistas presumen sus “innovaciones” y “nuevas herramientas” offshore. “Es porque estas industrias han capturado nuestros sistemas políticos; no es una sorpresa si en Estados Unidos, es en los estados pequeños –Delaware, Dakota del Sur, Wyoming o New Hampshire-- donde los grupos de la industria consiguen lo que quieren”.
“También cabildean para que las autoridades no puedan actuar, y es un problema grave en Estados Unidos: ya no tenemos policías, han decimado la capacidad de vigilar estas transacciones complejas, y esa complejidad es deliberada: agregan una capa de transacción sobre otras capas de tal manera que se vuelve muy difícil para cualquier persona seguir la pista, y es intencional”.
Concentración extrema

Un puñado de 2 mil 700 multimillonarios acapara las riquezas del mundo, y se enriqueció de 3.9 billones de dólares durante la pandemia de covid-19; tan solo las 10 personas más ricas del planeta, todos hombres y blancos, ganaron 520 mil millones de dólares en ese periodo.

En el mismo lapso, la mitad de la humanidad luchaba con menos de 5.5 dólares al día, se empobrecía, especialmente las mujeres y las personas no blancas, saturaba hospitales públicos subfinanciados y llenaba los panteones.

Según un estudio publicado por Oxfam en enero pasado, en tan solo nueve meses, los mil multimillonarios más poderosos del planeta habían superado el primer golpe de la crisis económica, y estaban más ricos que antes de la emergencia sanitaria: gracias a las ayudas masivas de los gobiernos a las grandes empresas y sus maniobras financieras, la fortuna de los multimillonarios se elevó, a finales de 2020, a 11.95 billones de dólares.

El estudio exhibe que la crisis derivada de la pandemia de covid-19 agravó las brechas en materia de salud, educación, trabajo, acceso a la alimentación y el agua que se vienen agravando desde finales del siglo XX, debido a la creciente concentración de riquezas entre pocas manos y la reducción de los gastos públicos.

Las estimaciones sobre el número de millonarios, también conocidos como Individuos con Fortunas Netas Elevadas (HNWI, en la jerga financiera) son muy variables: mientras la consultora Capgemini estima que 20.8 millones de personas poseían más de un millón de dólares en 2020, la firma Knight Franck estimaba que eran 48 millones 505 mil, y Crédit Suisse observaba por su parte a 56 millones de millonarios.

A pesar de estas oscilaciones, todos coincidieron en que el número de millonarios ha aumentado año tras año en las últimas décadas, e incluso se ha disparado para el sector de los más adinerados de ellos: los entre 200 y 500 mil integrantes del exclusivo club de Individuos con Fortunas Netas Ultra Elevadas (UHNWI), al que una persona ingresa cuando su fortuna rebasa los 30 millones de dólares.

La industria offshore se alimenta de estos HNWI o UHNWI, que a pesar de representar entre 0.2% y 0.6% de la humanidad, acaparan más de 79.6 billones de dólares, una suma casi equivalente a un año del PIB global.

A pesar de que la industria y sus clientes refrendan que las prácticas offshore son legales, la secrecía fomenta todo tipo de actividades: desde la simple evasión de impuestos, la protección de patrimonios familiares hasta el lavado de dinero. “Parte de ello es evasión de impuestos, y otra parte es para evitar la rendición de cuentas”, sentencia Collins.

Este sistema es doblemente injusto, señala, porque la mayor parte del dinero sustraído de los países termina en cuentas bancarias, casas u obras de arte en los paraísos fiscales situados en los países más ricos, como Estados Unidos o algunas capitales de la Unión Europea.
“¿Cuánto tiempo duraría el sistema de BVI si todos los países del Commonwealth estuvieran sometidos a mismo tratado fiscal (…) ¿Cuánto tiempo quedaría este sistema si Estados Unidos y el Reino Unido dijeran ‘quieres hacer negocios con nosotros, tienes que formar parte del régimen de transparencia’? Este sistema existe solo porque las autoridades estadunidenses y británicas ven hacia otro lado”, refrenda.
“Creo que los grandes perdedores de la industria offshore son las personas más vulnerables, cuyas vidas dependen de una red social funcional, ya sea un sistema de transporte público, una vivienda digna, inversiones públicas en infraestructura o para tener carretera en buen estado (…) cada pueblo rural de México sufre del hecho de que los ultrarricos no pagan la parte que les corresponde”, dice.
Y añade: “¡Y las clases medias también! Terminan pagando más, tienen que pagar servicios privados, pagan gimnasios y parques privados porque los públicos no están en buen estado, pagan colegiaturas privadas porque la educación pública no es de buena calidad”.
Dinastias

El experto observa un vinculo entre el uso creciente de los paraísos fiscales y la lógica de dinastías de los ultrarricos, después de la muerte de la generación que acumuló las riquezas en un primer momento.
“Hay una suerte de segunda o tercera generación que se enfoca en la dinastía, en las maneras de preservar la riqueza en el tiempo, o incluso de hacerla crecer. Puede haber familias mexicanas que han sido ricas en generaciones, y que están obsesionadas por la herencia y la sucesión, están menos interesadas en generar dinero nuevo o crear una empresa útil, que en proteger la fortuna que ya existe. Es una mentalidad distinta”, dice.
Y abunda: “La segunda y la tercera generación tiende a ser conservadora, a ser más reaccionaria, anti-Estado y anti impuestos, porque no producen el dinero: viven del dinero de la primera generación, y se dedican más bien a esconder el dinero, y a usar estas estrategias”.

De hecho, el experto señala que en los últimos 30 años se produjo un gigantesco boom en la industria de las family office, una modalidad a través de la cual un despacho se dedica a administrar la fortuna de una sola familia en su conjunto, mediante diversos fideicomisos en el mundo, sociedades offshore, cuentas bancarias y porfolios de inversiones.

Collins considera que, en países donde existen formas “locales” de evadir impuestos –como en México, mediante las factureras o el outsourcing--, algunas personas pueden elegir el uso de paraísos fiscales y estructuras offshore ante un riesgo eventual de un endurecimiento de la política fiscal, como ante el discurso de Andrés Manuel López Obrador, o cuando saben que su fortuna es producto de sus alianzas con el poder político, y resulta tan frágil como la persona que ocupa la silla presidencial en ese momento.

En eco a uno de los principales hallazgos de los Pandora Papers, Collins señala que no se debe perder de vista el papel central y cada vez más importante que juega Estados Unidos en el sistema offshore internacional, ya sea a través de los trusts y de las compañías opacas autorizados en algunos estados, pero también por su sistema bancario.
“Debido a las películas de hace 10 años, la gente suele hablar de los bancos de Suiza y de cómo la gente envía su dinero ahí, pero cuando Obama era presidente, el gobierno de Estados Unidos obligó Suiza a informar sobre cualquier ciudadano estadunidense que tiene una cuenta ahí. Pero no hay reciprocidad: un ciudadano suizo o mexicano puede tener una cuenta en Estados Unidos y no habría obligación de reportarla a su sistema tributario”, señala.
Ante este panorama desolador, el experto observa algunas luces de esperanza. “El sistema se está fisurando un poco”, estima, “sigo conociendo a personas que trabajan en la industria, se despiertan algún día y dicen ‘todo lo que hago en mi vida es ayudar a los superricos a ser más ricos, mientras la sociedad civil muere por falta de inversión pública; los ricos eluden impuestos, ¿Por qué los ayudaría?’”

A veces, agrega, estas personas guardan información en los despachos donde trabajan, con la idea de sacarlas a la luz para exhibir las entrañas del mundo offshore; iniciativas así dieron luz a las investigaciones internacionales LuxLeaks, SwissLeaks o los Panama Papers.

FUENTE: PROCESO.
AUTOR: MATHIEU TOURLIERE.

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