AUTOR: ÁLVARO DELGADO.
MEXICO, D.F. (apro).- Emilio Azcárraga Jean, dueño de Televisa, debe asumir las consecuencias de su insolencia: Si instó a odiar más al América por ganar el campeonato, en aquel grotesco desnudo de mayo, no puede pedir ahora que se ame a su equipo sólo porque lo impuso como el representativo nacional de futbol.
Igual que visten a los militares de policías federales, el grupo que disputará el repechaje contra Nueva Zelanda –en un último intento por salvar el multimillonario negocio– no es la Selección Nacional, sino el América con otra casaca y con un técnico, Miguel Herrera que, si bien lo hizo campeón, ya envió dos equipos al descenso.
Azcárraga se equivoca también cuando afirma que la afición odia al América. No es odio, es desprecio. Este ánimo nace de la prepotencia, las complicidades y la vulgaridad de Televisa que corrompe lo que toca, incluido el futbol mexicano que ahora –generoso– “rescatará”.
Por eso la mediocridad del futbol local no es sólo por el nivel de competencia de la Concacaf, en cuya región México es uno más, sino por el manejo mafioso de un grupo de magnates, encabezados por Azcárraga, que impone a la liga todo tipo de arreglos, desde la multipropiedad que prohíbe la FIFA hasta el “pacto de caballeros” que trasgrede el derecho y la decencia.