AUTOR: LUIS HERNÁNDEZ NAVARRO.
Michoacán está en llamas, pero por optimismo gubernamental no queda. Según Monte Alejandro Rubido, vocero de la Comisión para la Seguridad y Desarrollo Integral, el eficaz despliegue de las fuerzas federales y la sustitución de los policías de 27 municipios ha generado que el margen de maniobra de los grupos delincuenciales esté prácticamente reducido a cero.
Palabras parecidas se escucharon durante las dos ofensivas anteriores. Hoy sabemos que eran mentira, meras ráfagas de saliva y papel en la batalla por la opinión pública. Sus estrategias fueron un fracaso. Los malosos conservan el control del territorio, hicieron crecer sus negocios y ampliaron su influencia en todos los ámbitos de la sociedad y el poder del estado. No hay elementos para suponer que ahora las cosas serán diferentes.
Entre otros, tres hechos nuevos distinguen el actual plan gubernamental de los previos. Primero, la presión de los inversionistas extranjeros para resolver el problema de la inseguridad pública. Segundo, la guerra contra los templarios por grupos de autodefensa, expresión simultánea del descontento ciudadano y criatura gubernamental. Y tercero, la intervención directa del grupo mexiquense en la vida política de Michoacán, al margen del pacto federal.