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Cuatro en Sonora y una en Baja California, el asesinato de cinco mujeres ha sido un terrible golpe de la realidad violenta que azota a México.

Aunque la fatal estadística es que al día diez mujeres son asesinadas en la República Mexicana, los casos de las tres niñas y su madre en Sonora y de Keila en Baja California, fueron más devastadores por las circunstancias y las formas del crimen.

El 3 de julio, el padrastro de Meredith, Medelin y Karla, pareja de Margarita, de forma cruel las invitó primero a la playa, sabiendo que al final del día les quitaría la vida. Primero a la madre, cuyo cuerpo abandonó como un despojo y, posteriormente, a las gemelas y su hermana menor, quienes fueron asesinadas protegiéndose unas a las otras. De acuerdo al colectivo de buscadores de personas desaparecidas, porque en este país a los muertos los encuentran los civiles y no las autoridades, las dos hermanas mayores estaban abrazando a su hermanita menor, dispuesta sobre la tierra en el centro de sus corazones en el apretón de un cálido arropo. A las tres el hombre les disparó para privarlas de la vida de manera instantánea. Y así quedó la escena fúnebre.

Unos días antes, en El Rosario, Baja California, el 1 de julio, de igual forma Keila Nicole, una niña de 13 años salió de su casa para departir con una amiga, pero en algún momento del día se encontró con su novio, también menor de edad. Keila ya no regresó a su casa. El novio le quitó la vida, desmembró su cuerpo y lo arrojó en un paraje de El Rosario, un poblado de San Quintín, el municipio más reciente de Baja California, el séptimo en constituirse y el más pobre de todos.

En un México que en el último sexenio, el del expresidente Andrés Manuel López Obrador, sumó más de 200 mil asesinatos, 100 mil más que su antecesor Enrique Peña Nieto, y casi 120 mil más que Felipe Calderón Hinojosa, la violencia exacerbada es cada vez la constante. Y para la mala fortuna de la sociedad y la buena aventura oficial, es una violencia normalizada.

Pero los asesinatos de las tres niñas, su madre, y el de la adolescente bajacaliforniana, despertaron algo en la sociedad, no en el gobierno.

Es terrible que la Presidenta de la República, Claudia Sheinbaum Pardo, y la Gobernadora de Baja California, Marina Ávila Olmeda, ambas mujeres, hayan mostrado tanta frialdad, inconmovibles ante la tragedia que en México toca a las niñas y a las mujeres. Faltas de empatía cuando sus promesas y lemas al tomar posesión fue que habían llegado todas, todas las mujeres al poder, todas las mujeres para ser protegidas. “Condenando” los hechos, sin más. Una narrativa oficial vacía. Falacias, ésas sí, de cuarta.

A diferencia de las damas imperturbables por los terribles y crueles asesinatos de Meredith, Medelin, Karla, Margarita y Keila, el polémico gobernador de Sonora, Alfonso Durazo, fue más empático hacia la violenta situación, pero sus palabras como la de sus correligionarias de Morena, Claudia y Marina, suenan vagas, huecas. Siempre actuarán hasta las últimas consecuencias, pero no lo hacen, siempre se dicen indignados pero siguen su vida como si nada, mientras la sociedad pierde a sus hijas, a sus hermanas, a sus madres, en un contexto de violencia e inseguridad que ellos han mantenido a causa de no combatir la inseguridad y la corrupción.

Un país como México donde la Fiscalía General del Estado, la Secretaría de Seguridad, y sus homólogos estatales, están infiltrados por el narcotráfico y favorecen a los cárteles impunes; en lugar de procurar justicia e investigar los hechos, la violencia tiene su caldo de cultivo.

Y violencia genera violencia.

La violencia del narco que por tantos años ha permanecido impune es un ejemplo para la criminalidad, igual para aquellos que cometen el delito confiados en que no serán aprehendidos como no lo son los asesinos de las mafias que todos los días desaparecen personas, asesinan, secuestran, extorsionan, y no son detenidos por sus delitos cometidos.

Un novio adolescente que ha vivido en ese entorno al que suma la ficción de una serie de televisión, está seguro que en México puede matar a una niña y no ser capturado, porque eso es lo único que conoce. Y mata de forma cruel, le arrebata la vida a una niña que aún muerta no es defendida por sus gobiernos.

Un hombre, pareja, padre, padrastro, que ya está en el círculo criminal, que ha sido testigo de tantas aberraciones, de tantos asesinatos impunes, que decide beneficiarse de esa impunidad malsana y matar a sangre  fría a la madre y sus tres hijas.

Los asesinos son tal porque pueden, porque la probabilidad de que sean aprehendidos es mínima en un país donde el Estado de Derecho no es una realidad, la impunidad impera y la corrupción lo compra todo. Mal tiempo para todos, pero especialmente para las niñas, para los niños y las mujeres vulneradas por el crimen.

FUENTE: SEMANARIO ZETA.
AUTOR: ADELA NAVARRO BELLO.

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