AUTOR: JOSÉ GIL OLMOS (ANÁLISIS)
MEXICO, D.F. (apro).- Javier Lozano Alarcón siempre ha tratado de no ser ordinario y nunca lo ha logrado. Su primer intento fue en el 2000, cuando apenas en el PRI trataban de reaccionar a su derrota en la contienda presidencial ante Vicente Fox.
Luego de pasar esos comicios y aprovechando el vacío de poder y el descontrol interno dentro de la dirigencia nacional priista, el ahora senador panista se colocó como secretario de Información de la directiva del partido en el que creció sólo para dejar de intentar ser ordinario.
Pero duró poco tiempo en ese puesto, en el que su función fue despedir de manera prepotente a los que estaban laborando en esa enorme oficina y apagar las luces del edificio que para entonces lucía más lúgubre que un salón de fiestas en las primeras horas del siguiente día de una mala celebración.
Durante la campaña del 2000, Javier Lozano había buscado un lugar para lucirse en el equipo de campaña de Francisco Labastida Ochoa, candidato del PRI a la Presidencia, encabezado por Emilio Gamboa, pero no lo logró porque no era bien visto por los demás, pues corría el rumor de que era un infiltrado del PAN y que le pasaba información al equipo de Fox Quesada.