—Es que hay diferentes tipos de crimen —puntualiza—. Están los que te llaman y te dicen que son del SAT, que tienes un adeudo y que les deposites de inmediato para resolverlo. A esos los detectas rápido. Pero cuando es un grupo delictivo real, no te llaman: vienen a tu puerta. Te dicen ‘somos de las cuatro letras’ o ‘del cartel tal’, y te exigen el pago. Te intimidan, te amanazan.
Luego están “los chavitos reclutados” que comienzan su ‘carrera delictiva’ con la extorsión.
—Se presentan como del cártel y te exigen dinero en ese momento. Puede que lo sean o que solo sean el ‘achichincle’ de alguien. Pero, como sea, muchas veces les pagas para evitar problemas.
La situación, dice Alicia, está tan extendida que incluso en la Cámara de Comercio de Uruapan ya ofrecen capacitaciones para “prevenir” o saber cómo reaccionar ante un intento de extorsión telefónica. Pero eso, lamenta, no va a resolver nada.
—Una cámara de comercio debería exigir al gobierno garantías de seguridad a través de estrategias reales, tangibles, no solo cursos. Por ejemplo, políticas con presupuesto asignado para combatir la extorsión en Michoacán. En lugar de eso, lo que nos dan es un taller. Que está bien, pero no es suficiente.
Miedo y calles desiertas
Son las nueve de la noche del miércoles, cinco días después del asesinato del alcalde Carlos Manzo.
Por las calles, especialmente de las del primer cuadro del centro histórico, aún se escuchan los corridos compuestos para recordar al edil independiente, los claxonazos de los viejos autobuses que protestan por el homicidio y los gritos de “Carlos no murió, el gobierno lo mató”, uno de los lemas más recurrentes estos días.
Pero a dos o tres cuadras de la alameda, el silencio es casi total. Muy pocos vehículos circulan, casi no hay peatones. Los comercios tienen la cortina metálica bajada, y las pocas taquerías que siguen abiertas están vacías.
La escena recuerda a otras ciudades golpeadas por la violencia, como Culiacán, sumida desde un año en una guerra interna del Cártel de Sinaloa.
Entre los autos que dan vueltas en torno a la alameda está el taxi de Alejandro, un joven conductor. Mientras avanza, explica que a veces deben pagar hasta 900 pesos de ‘cuota’ al narco.
—Son 300 por grupo criminal, a veces más. Los malandros cobran a nuestras bases, y ellos nos lo cobran a nosotros, los choferes.
Por eso, dice que se sumará el paro de labores y a la Marcha por la Paz convocada para este viernes por comerciantes, transportistas, agricultores, gasolineros, y población en general. Quieren exigir justicia por el asesinato del alcalde, pero también seguridad y un alto a las extorsiones.
Andrés también es taxista, pero de Uber. Dice que como chofer de la app es más complicado que lo puedan extorsionar, aunque matiza que tampoco está exento. Nadie en Uruapan lo está, subraya.
—El empresario de aquí ya sabe que lo van a extorsionar, que tiene que pagar un dinero, sí o sí, al crimen organizado. Y eso provoca que la gente ya no quiera emprender en Uruapan, porque aquí no se vive a gusto ni tranquilo. Y pues nada más tienes que salir en la noche y mirar las calles: están desiertas. La gente vive con miedo.

El asesinato de Carlos Manzo ha añadido una dosis extra de incertidumbre, pese a que el gobierno federal ya anunció un nuevo ‘Plan Michoacán’ para recuperar la paz, y pese a que desde la toma de protesta de la nueva alcaldesa las patrullas del Ejército, Guardia Nacional y Policía estatal inundaron la ciudad.
Unas patrullas, no obstante, que a decir las personas entrevistadas llegaron tarde, y que tampoco les generan especial confianza, especialmente las de la Guardia Civil michoacana. De hecho, algunos ciudadanos lanzaron reclamos a los uniformados de esta corporación que custodiaban obras federales, como las del nuevo teleférico, que fueron vandalizadas tras el asesinato de Manzo con pintas en contra del gobernador Alfredo Bedolla, y la presidenta Claudia Sheinbaum.
—¡Lo dejaron solo y ahora vienen a cuidar obras! —les gritaron.
El alcalde independiente se había ganado el respeto de la ciudad por su discurso y su acción frontal contra el crimen organizado. Con una policía municipal reducida —unos 300 elementos— trató de depurar la corporación, equiparla, y combatir la corrupción. Pero su asesinato, luego de haber pedido ayuda hasta en diez ocasiones a los gobiernos estatal y federal, dejó a la población en shock y con una pregunta inevitable: si pudieron matar así al alcalde, frente a medio pueblo durante un evento en una festividad, ¿qué puede esperar el resto de los vecinos?
—Da mucho miedo ver que él, por alzar la voz por todo el pueblo, lo mataron de esa forma, ante la vista de todos —admite Victoria, la mesera de un restaurante del centro—. Era una persona normal. Caminaba por las calles como cualquiera. Tenía escoltas, pero no sirvió de nada. Lo dejaron solo.
El miércoles Grecia Quiroz, la esposa de Carlos Manzo, asumió como nueva alcaldesa con el apoyo del Movimiento del Sombrero, o ‘la sombreriza’; el movimiento social que fundó Carlos Manzo. La mayoría de los entrevistados dice respaldarla. En el kiosco del centro histórico —a unos pasos de la jardinera donde cayó abatido Manzo y donde aún yace un sombrero en su honor— hay cartulinas con el mensaje: “No estás sola”.
Aún así, la incertidumbre persiste: ¿podrá mantener a raya a los grupos criminales y frenar las extorsiones, incluso las que puedan provenir de la propia policía municipal que Manzo trató de depurar?
—Carlos traía muy amarrados en corto a sus policías y a sus tránsitos —explica don Roberto, un adulto mayor que participo en la misa del miércoles del edil asesinado—. Ya no podían ir encapuchados, y eso daba confianza. Antes de Carlos, cuando iban cubiertos, se les hacía fácil pedir una mochada o plantar cosas para extorsionar a la gente. Con Carlos había más control.
—Ahora no sabemos cómo se vaya a manejar su esposa —añade—. Pero todos esperamos que se mantenga firme, porque ya estamos hartos: de tanta muerte, de tanta extorsión y de tanto desprestigio de Uruapan. Estamos hartos.