Miguel Ángel Díaz avanza despacio, tratando de evitar que el crujido de sus pisadas sobre las hojas secas ahuyente lo que anda buscando. Se adentra en el tupido bosque de árboles de ramón y chicozapote hasta llegar a un pequeño pantano, donde un cartel advierte: “¡Cuidado con el cocodrilo!”. El guía pide que escuchemos el golpeteo incesante contra un tronco. “Es un pájaro carpintero”, susurra, apuntando con su láser la cresta roja del ave.
Miguel Ángel aprendió hace años a descifrar los sonidos de la selva de Calakmul, al sur de la península de Yucatán, y en pocos minutos reconoce el canto de un tucán, la cola azul de una chara yucateca y los relucientes ojos de un cocodrilo moreletii.